domingo, 11 de noviembre de 2012

Aún recuerdo tu manera de marcharte.

Aún recuerdo tus últimas palabras.
Llovía. Era Domingo. 
No sonreías. Nunca había estado contigo tanto tiempo sin verte sonreír. Me mirabas con cierta tristeza en tus pequeños y dulces ojos castaños.
El corazón me latía exageradamente, en un intento inútil de pedirte que no te fueras, decirte que no había otra persona a la que pudiese querer más que a ti.
Pero abría la boca y en cuestión de unos segundos, volvía a cerrarla. No sabía qué decirte, sólo quería llorar.
No valía de nada preguntar si podías esperarme un poco más, suplicarte que te quedaras, decirte que la magia volvería, que sólo estábamos pasando por un mal momento. Es lo que tenía la distancia. Un tiempo más, y yo estaría contigo, ahí, para siempre.
Pero era un sueño inútil y yo misma lo sabía.
Recuerdo que no sonreías.
Recuerdo tu mirada, primero triste, luego indiferente.
Recuerdo tu voz cuando me dijiste que lo que sentías hacia mí se había ido apagando poco a poco.
Recuerdo que después de eso, solo oía el viento, sólo sentía la lluvia, solo veía cómo las hojas de los árboles bailaban con tristeza.
Y desde ese momento, sólo oigo, siento y veo eso. Cada día.
Pasaron las estaciones, los recuerdos con ellos volvían a mí. 
La primera vez que hablamos, el primer ''te quiero'', lo recordaba todo, y cada día me moría un poquito más por dentro.
Llegaban a mí los rumores y me decían que tú ya me habías olvidado, que para ti existían muchas chicas más, y ninguna de ellas tenía mi mirada.
Ojos azules de intrusa, marrones de falsa y verdes de encaprichada, pero ninguna tenía mis ojos negros de enamorada.
Me dolías en cada latido y cada vez que respiraba. Te pensaba con cada paso que daba, y cada vez que veía la luna en el cielo.
Me sentía vacía sin ti, te necesitaba más que a ninguna otra cosa para poder seguir respirando.
Pero tú no estabas.
Y cada vez que te pensaba, se hundía más la espada que me atravesaba el corazón.
Alguna vez, es cierto, intenté arrancarme esa espada, pero me producía muchísimo más dolor.
Esa noche, que volviste a hablarme, solamente para informarme de que la pasarías junto ella, pude leer tu nombre escrito con sangre en mis brazos.
Me odié a mi misma, me mutilé por dentro y por fuera, y no sonreí nunca más. Y todo por tu culpa. Porque apareciste en mi vida, porque me sonreíste ese día.
No deberías haberlo hecho nunca.
Hubiese preferido no sentir nada, a sentir que ya no puedo sentir nada, porque no te tengo.


Por Lena.




No hay comentarios:

Publicar un comentario