lunes, 3 de noviembre de 2014

Lluvia de estrellas.

Hay veces en la vida en las que te das cuenta de que estás viviendo un momento de película. Piensas: ''es increíble que me esté pasando esto a mi'', pero todo es real, y tú sólo suspiras y te sientes lleno de amor.
Eso me pasó a mi esa noche bajo las estrellas, en mitad de la nada y con ganas de todo. No nos pesaba el sueño en los párpados ni nos faltaban las palabras, simplemente estábamos ahí, formando parte del Universo, como debía ser.
Tal vez no pueda olvidar aquello porque llevaba demasiado tiempo sin sentir algo así, y porque tenía tanto miedo pensando en cuándo volvería a sentirlo, que me temblaban las piernas, no solamente por culpa de tus manos. 
Y ahora escribo esto tan lejos de ti, a tantos kilómetros que me duele algo dentro, y miro por la ventana, y veo las hojas bailando con el viento, y las nubes azules mirándome amenazantes, y en ese momento, es cuando sé que jamás volverá a pasar.
Sé que nunca más volveré a ver esas mismas estrellas contigo, que esta distancia nos ha podrido por dentro y que ya no me sonreirás a lo lejos y caminarás hacia mi con los brazos extendidos, ni yo me dejaré abrazar.
Porque lo bonito del momento fue eso, que fue sólo un momento.




miércoles, 24 de septiembre de 2014

00:19

Qué sentimiento más desolador este. El de la noche fría, -y el tan esperado frío, que ahora se hace incómodo cuando yo pensaba que era lo mejor que me podía pasar-, el viento impasible y el color azul...
En el fondo de mi ser, sé que olvido algo, pero no consigo recordar de qué se trata. Pero lo sé, sé que hay escondido un ''algo'' que me perturba, sé que existe(s).
Y a veces, cuando divago entre las sombras, o vuelvo dando volteretas a casa a las tantas de la mañana, te llevo más presente que nunca. Es como si te sintiera más presente precisamente en mis momentos más impresentables. 
Otras veces simplemente sueño que te hablo, que entrelazamos las manos, y nos dormimos así, bajo el mismo techo, y bajo el mismo aura, sintonía y perfección.
Y otras veces siento que olvido algo y no sé el qué.
Ojalá alguien pudiese entender esto que estoy escribiendo. A estas alturas solamente pediría eso.



domingo, 3 de agosto de 2014

Frágil, léase con cuidado.

Conozco demasiado bien ese sentimiento de destrucción. Eso que se siente cuando oyes algo que no necesitabas saber, y es como si algo se rompiese dentro.
O cuando lees mensajes antiguos y sientes que te están golpeando con un bate de béisbol en el pecho con la intención de romperte el corazón.
Pues el sentimiento de autodestrucción es mucho más destructivo aún. Es jodido, es tan jodido que hay veces en las que pienso que preferiría no sentir nada a sentir eso, y lo peor de todo es que lo provoco yo.
Mis amigos lo llaman: ''El chico que te destruye''. Pero no, a mi nadie me destruye. Me destrozo yo a mi misma, al parecer algo en mi interior disfruta con ello, porque mientras me rompen el corazón, pienso: ''volvería a hacerlo''.
Él no es el chico que me destruye. Es el cabrón, consciente de mi sufrimiento pero inmune a él, y al cual le encanta que me destruya. 
Aunque la verdad es que, en esas noches interminables en las que miro al techo esperando a que amanezca, (como si eso fuese a salvarme de algo) me doy cuenta de que estoy harta de esta mierda. Y de que no sé cuánto voy a aguantar que siempre, siempre sea y pase lo mismo. Pido una tregua, a Dios, al destino, al karma, o a mi misma, pido una tregua, y poder amarte sin miedo de lo que tú sientas, porque este sentimiento es horrible, porque te quiero y no puedo.



domingo, 29 de junio de 2014

Nadie es demasiado mayor para oír un cuento de hadas.


Lucila siempre tenía que atravesar un bosque para llegar hasta casa, y aunque solamente tuviese cuatro años, su padre la dejaba ir y venir siempre que quisiera, sola o acompañada, porque el pueblo era tan pequeño y ya se conocían todos tanto, que sentía que no tenía nada que temer.
Y estaba en lo cierto, porque Lucila no se separaba de sus amigas, y ellas la protegían y se preocupaban por ella hasta que cruzaba la carretera que daba al pueblecito de la niña.
Pero las amigas de Lucila no eran el tipo de amigas que solían tener las niñas pequeñas. Las amigas de Lucila eran hadas que habitaban en el bosque, que salían cada vez que el anaranjado sol se ponía, ya que de día era peligroso; solía venir gente de la ciudad a hacer fiestas, celebrar cumpleaños o preparar barbacoas, sobre todo en esa época de verano, y no sería la primera vez que una de ellas era sorprendida por un humano.
Esa noche, Lucila volvía a casa poco antes de que el sol se pusiera, pensando en sus amigas, y deseando que llegase ya el día siguiente para poder volver a verlas. Podía verlas muy poco, porque debía marcharse pronto a casa, pero ese sentimiento de infelicidad por no pasar mucho rato con ellas, se esfumaba cuando le hacían pequeñas ofrendas y regalos para que no se sintiera sola. El regalo de ese día había sido una pequeña piedra, que, según le dijeron sus amigas, cada vez que la tocara escucharía la risa y sentiría el amor de un hada, y sería como estar con ellas de nuevo.

lunes, 6 de enero de 2014

Llueve dentro.

Esa presión en el pecho: dulce nerviosismo. 
Eso, y las ganas de verte.
Esa combinación.
Cómo lo echo de menos... Lo echo de menos porque siento que ahora te conozco demasiado. Es horrible esto de conocerte. Eras perfecto siendo un desconocido.
Me siento como la protagonista de un libro que leí.
Trataba de una chica rebelde, que vestía de una manera poco usual y se pasaba la noche en conciertos de grupos de rock o grunge. Y acabó enamorándose de un chico universitario, increíblemente educado (y aburrido), que no se arriesgaba por romper una sola norma.
Pues, yo soy ella, y él eres tú.
No somos como la descripción de ellos, no tenemos su personalidad. Pero el caso es el mismo.
Me encantaba el brillo de tus ojos cuando hablabas de tu música, de tus ideales. Y, aunque a veces no tuviese ni idea de qué estabas hablando, me sentía la persona más importante del mundo al saber que confiabas en mí, me sentía inmensamente grande, no la escoria de siempre.
Pero cuando te ibas, volvía a ser escoria sin ti.
Nunca tuve el valor de decirte todo eso. Tal vez por eso te fuiste.
O tal vez ya lo sabías, y por eso lo hiciste. 
Cuando te dije que tenía miedo a enamorarme de ti, la verdad es que fui una mentirosa, porque ya lo estaba, enamorada hasta las trancas, y el miedo lo sentí en ese momento, al mirarte a los ojos y darme cuenta de que, si en este momento te perdía, no me lo iba a perdonar nunca.
Y he cumplido. No me lo he perdonado.