lunes, 6 de enero de 2014

Llueve dentro.

Esa presión en el pecho: dulce nerviosismo. 
Eso, y las ganas de verte.
Esa combinación.
Cómo lo echo de menos... Lo echo de menos porque siento que ahora te conozco demasiado. Es horrible esto de conocerte. Eras perfecto siendo un desconocido.
Me siento como la protagonista de un libro que leí.
Trataba de una chica rebelde, que vestía de una manera poco usual y se pasaba la noche en conciertos de grupos de rock o grunge. Y acabó enamorándose de un chico universitario, increíblemente educado (y aburrido), que no se arriesgaba por romper una sola norma.
Pues, yo soy ella, y él eres tú.
No somos como la descripción de ellos, no tenemos su personalidad. Pero el caso es el mismo.
Me encantaba el brillo de tus ojos cuando hablabas de tu música, de tus ideales. Y, aunque a veces no tuviese ni idea de qué estabas hablando, me sentía la persona más importante del mundo al saber que confiabas en mí, me sentía inmensamente grande, no la escoria de siempre.
Pero cuando te ibas, volvía a ser escoria sin ti.
Nunca tuve el valor de decirte todo eso. Tal vez por eso te fuiste.
O tal vez ya lo sabías, y por eso lo hiciste. 
Cuando te dije que tenía miedo a enamorarme de ti, la verdad es que fui una mentirosa, porque ya lo estaba, enamorada hasta las trancas, y el miedo lo sentí en ese momento, al mirarte a los ojos y darme cuenta de que, si en este momento te perdía, no me lo iba a perdonar nunca.
Y he cumplido. No me lo he perdonado.